Un viaje a tierras enigmáticas
A veces nuestra imaginación nos lleva de viaje a reinos ficticios, países lejanos, tierras propias de cuentos de hadas, islas remotas con playas paradisíacas o islotes con solo una palmera que te hacen pensar en qué te llevarías allí; pueden ser tierras imaginarias, o quizás realmente existan. Las fiestas de Moros y Cristianos son una forma de vivir estas sensaciones, rodeándonos de un aura de lo fantástico, magnífico o surrealista.

Fantaseamos con Samarkanda. Nos imaginamos estar en la ruta de la seda, envueltos en fantasías multicolor. Nos imaginamos mujeres bellísimas cubiertas en finas sedas; mercados de frutas y especies exóticas con todo su olor.
Soñamos con estar en Tombuctú; en la ruta de la sal, nos imaginamos encima de nuestros camellos ver aparecer la ciudad en el horizonte – ¿O es un espejismo? No estamos bien seguros. Acercándonos nos damos cuenta de que sí, ¡hemos llegado a tan ansiado oasis en medio del desierto!

Allí estamos en el mercado con bereberes, camellos y tormentas de arena, o en casas de barro tomando el té – desde dulce como la vida hasta amargo como la muerte.
Las fiestas de Moros y Cristianos te llevan a este mundo de ensueño.
Trajes multicolor, ambientes del Cuento de Las Mil y Una Noches, camellos, danza de vientre, todo real, tan real y a la vez imaginario y, claro está, acompañado con muchos músicos, lo que hace vibrar aún más la intensidad del ambiente.

Este año en Ontinyent, el Bando Moro, representado en forma de Rey Abdalá rodeado de antiguas tradiciones textiles de la antigua Uzbekistán.

Me consta que en algunas fiestas de Moros y Cristianos – como en Aielo de Malferit y Petrer – existen incluso comparsas o filás que se autodenominan caníbales, me parece del bando moro.
Para mí, esto añade una pregunta enigmática más a tanto enigma. Todavía no me consta que, entre los moros ni entre los cristianos, hubiesen caníbales. «¡Algo se me habrá escapado!».
Y el Bando Cristiano, nada tiene que envidiar al Moro en todo su esplendor. La capitanía cristiana de Ontinyent lleva al observador a un viaje bucólico y sumamente bello, al «Reino de la Magrana» (la granada), símbolo de riqueza y bienestar, que queda reflejado en los trajes bordados de casas reales.

Una capitana que parece más una reina o diosa en su carroza, acompañada de una escolta impecable en color granate.
Un ambiente de alegría y magia a plena luz del día, acompañado del histórico «Cant de Batre« y los bailes tradicionales de Els Tornejants, tradiciones locales casi perdidas, labradores mayores en carritos, sentados encima de la paja, que son tirados por burros. Formas tradicionales de trabajar el campo.
Las fiestas de Moros y Cristianos nos envuelven en un ambiente de cuento de hadas, gente feliz, sonriendo, bailando, desfilando con sonrisas en la cara; o muy serenos luciendo trajes (unos más espectaculares que otros), realzando la belleza de las damas con sus trajes azulados y verdosos.

Un ballet interpretando el ciclo de la vida. Claro, el lema es «de la llavor al fruit»; como la fruta, el ciclo de la vida de las personas desde la edad más tierna, pasando por la juventud, los años de edad laboral a la madurez y la vejez.
Todo reflejado por el cambio del colorido y de paso, interpretado de un modo espectacular por un ballet, que interpreta la flor efervescente, la «llavor».
Y hablando de fiestas de Moros y Cristianos, no pueden faltar alusiones cristianas en forma de cruces, ya que estos labradores no son precisamente moros.
Ellos hacen sus oraciones al dios cristiano, representado en la entrada por una reproducción de la Cruz dels Caputxins, que antiguamente se encontraba en una de las entradas al pueblo. Y, claro está, la Cruz Gótica de Santa María, que lleva la capitana, también una reproducción de una cruz que se perdió en la guerra civil. Una historia tan redonda como suelen ser los círculos y los cuentos mágicos.
La vida real nos lleva a veces a estos sitios propios del paraíso o de Alicia en el País de las Maravillas, o Caperucita Roja (como pasó en Villena, donde un caimán consiguió mayor protagonismo); allí también acabó todo en pura felicidad y alegría, ya que, al abrirse el caimán, una chica viva y entera salió de su vientre, como ya lo habían hecho caperucita roja y su abuela del vientre del malvado lobo en su día.

Por mucho que entristezca la reciente muerte de la Reina Isabel II a millones de británicos y personas más allá en el mundo, ella también representaba a la vez el símbolo vivo de este sueño de reinas y príncipes convirtiéndose en reyes como ahora. Miles de ellos hacen cola, pasando incluso toda la noche, solo para brindarle un último adiós.
En el Reino Unido también hay otra realidad. Están también aquellas personas anti-monárquicas que se han manifestado portando carteles en los que se leía: «No es mi rey» en alusión al nuevo Rey Carlos III. Hay un cierto debate público que pone en entredicho el papel de la reina en sus primeras décadas, principalmente cuando la casa real toleraba que países como Súdafrica, como antiguo miembro del Commonwealth, mantuviese encarcelado a Nelson Mandela durante 27 años en la época del apartheid.
Pero bien, no vamos a ser agua-fiestas, «con lo bonito que es ser monárquico»; nos hace sentir infinitamente mejor, tan envueltos en infinidades de nubes. Y no se puede negar que la Reina Isabel ha sido una personalidad impresionante que ha marcado historia.
La fantasía y la realidad allí también se fusionan, aunque de una forma diferente, de un modo casi metafísico.

De niño me encantaba sumergirme en mis mundos imaginarios, viajando con el dedo en el mapamundi recorriendo toda Rusia en el tren trans-siberiano. Mi sueño era tan real que estaba sentado en el tren en aquel momento.
En otro momento igual detectaba países enigmáticos en el mapa por el simple hecho de ser super chiquitines como Liechtenstein o San Marino. Uno piensa: «¡Qué exótico! Debe ser muy especial, si esto es un país en su propio derecho».

Tan exótico como el Condado de Treviño, tierras burgalesas rodeadas de tierras de Vitoria-Gasteiz en el País Vasco, el enclave de Llivia, tierra española rodeada de Francia a pocos kilómetros de la frontera con la península, o nuestro pequeño enclave del Rincón de Ademuz, tierras valencianas entre Aragón y Castilla la Mancha.
Trasladamos el viaje del dedo a las piernas, recorriendo las tierras de verdad y pronto descubres que no hay mucho más que ver que un par de campos y pueblos semi-abandonados, que son iguales que los campos y pueblos semi-abandonados a pocos kilómetros más allá saliendo de estas tierras enigmáticas.

Entrando en el pueblo de Llivia, puedes ver multitud de banderas catalanas que te dan una verdadera idea de cómo se sienten allí, además de gritar a favor de «España» en los partidos de la selección de futbol.
Lo que vemos, no necesariamente coincide con lo que igual imaginábamos, habiendo pensado que justo allí mantendrían la bandera española en lo alto para reivindicar que estas tierras son españolas y no francesas, pero bien por encima hay otra realidad, la de sentirse catalanes.
Al fin y cabo, ser de un país u otro a veces no es más que un capricho de la historia que ha escrito el humano en la tierra por acuerdos entre reinos en su momento.

Sea como sea, de nuestro mundo de nubes a la tierra solo bajamos cuando visitamos nuestras residencias de la realeza, sitios como el Castillo del Rey Loco, llamado Neuschwanstein, que ha inspirado a la Walt Disney Productions para su ideal de castillo de cuento de hadas.
¡Pero, por favor, sin las hordas de turistas japonesas, haciéndose una foto justo en el momento de bajar nosotros a la tierra de visita oficial desde las nubes de nuestra imaginación!
¡O sí, qué nos hagan fotos! Ellos, al fin y al cabo, son nuestro público y sin público no hay fiesta y gente que nos corteje! ¡Fotos deben haber, sean del castillo o de las fiestas de Moros y Cristianos!
Por cierto, ¿en qué se quedaría este blog sin fotos?
¡En fin! ¡Viva el mundo de los sueños! Nos hace sentir felices.